Descubriendo los castillos de Baviera

Luis II de Baviera (1845-1886), el rey solitario y soñador, dedicó su breve existencia a hacer realidad un sueño desmedido: erigir castillos a cuál más grande y fastuoso. Neuschwanstein, Linderhof y Herrenchiemsee, los tres palacios que mandó construir en vida, siguen dando fe aún hoy de los delirios de grandeza de este “rey de cuento de hadas”.
Descubriendo los castillos de Baviera
©bluejayphoto/iStock - ©Adrian Wojcik/iStock - ©fotofritz16/iStock

El castillo de Neuschwanstein

Si hay un castillo que parece recién salido de las páginas de un cuento de hadas, ese es sin duda el castillo de Neuschwanstein, reconocible por su torre del homenaje y su armoniosa alternancia de torrecillas y pináculos. Tanto es así, que el propio Walt Disney lo tomó como fuente de inspiración para crear su castillo de la Bella Durmiente y hasta el logotipo de los archifamosos estudios. El de Neuschwanstein, inspirado en las fortalezas medievales, es el más representativo de los castillos salidos de la fecunda imaginación del rey bávaro. Encaramado a un peñasco que aflora de entre la vegetación, el edificio se alza frente al palacio neogótico de Hohenschwangau, en el que Luis II pasó su juventud.

La construcción de Neuschwanstein empezó en 1869, cinco años después de que Luis II subiera al trono con tan solo 22 años. El joven, de carácter melancólico y esquivo, no se sentía destinado a la política, por lo que dedicó su reinado a imaginar castillos, descuidando los asuntos del reino y dilapidando su fortuna en dar rienda suelta a su carísima afición.

Luis II de Baviera sentía auténtica veneración por Richard Wagner, de quien fue el mayor mecenas. Neuschwanstein encierra un sinfín de alusiones a las óperas del compositor alemán, entre ellas la gruta artificial del tercer piso –inspirada en la leyenda de Lohengrin– o el gran salón dedicado a la leyenda de Tannhäuser. Luis II apenas si se alojó en este lugar un centenar de días: en realidad, el edificio no fue acabado por completo hasta 1892, años después de su muerte.

El castillo de Linderhof

Este romántico rey, ferviente admirador también del Rey Sol, se inspiró en el Petit Trianon de los jardines de Versalles para diseñar los planos de su elegante y coqueto palacete neobarroco de Linderhof, cuya construcción se prolongó desde 1874 hasta 1878. Esta residencia real enmarcada por un extenso parque fue el único edificio acabado en vida de Luis II. Al joven rey le gustaba refugiarse en él, pasando la mayor parte de su tiempo solo, viviendo de noche y durmiendo de día. Para evitar todo contacto con la servidumbre, el rey llegó a imaginar un sistema mecánico que permitía subir la mesa desde las cocinas, en el bajo, hasta el comedor, en la planta alta.

El parque alberga una curiosidad digna de interés: la Gruta de Venus, una gruta artificial cubierta de estalactitas y equipada con un sistema de luces de colores revolucionario para la época. Un capricho pensado para servir de decorado a las óperas de Wagner…

El castillo de Herrenchiemsee

El último gran proyecto de Luis II fue la construcción del castillo de Herrenchiemsee, situado en Herreninsel, una isla del lago Chiem. La primera piedra de este suntuoso palacio a imitación del de Versalles fue colocada en 1878. Su interior es un auténtico derroche de espejos y dorados. Siguiendo el ejemplo del Rey Sol, el rey bávaro llegó a acondicionar un dormitorio de ceremonia –al que invitaba a sus más fieles cortesanos para que asistieran al momento en que se levantaba y acostaba– y a replicar la famosa Galería de los Espejos, la cual se alumbraba al caer la noche con 2 000 velas. El rey no pudo pasar más que unos días en su palacio inacabado.

Después de que sus caprichos arquitectónicos lo llevaran a la ruina, el rey fue declarado loco, destituido y enviado al castillo de Berg, donde habría debido permanecer internado. Su muerte sobrevino el día después de su llegada: su cuerpo y el de su médico fueron hallados misteriosamente ahogados en las aguas del cercano lago Starnberg.
Luis II albergaba no obstante la idea de construir nuevos y ambiciosos castillos. En concreto, tenía la intención de mandar construir un castillo aún más majestuoso que el de Neuschwanstein sobre las ruinas del castillo de Falkenstein, una fortaleza medieval enclavada en la cima de una montaña de los alrededores del pueblo de Pfronten, en la frontera con el Tirol.