El encanto de este valle típicamente marsellés reside en las casitas de madera, en la flotilla de embarcaciones tradicionales, en la luz siempre cambiante, en las vistas del mar y en el puente que lo cruza. Parece un decorado de opereta (marsellesa, naturalmente) milagrosamente protegido que hay que visitar y disfrutar mientras se toma una bullabesa.