En este gran bazar paralelo a la vía del tren se puede comprar desde un par de zapatos a un arenque ahumado. Su eclecticismo se debe al estraperlo que floreció, aquí como en otros lugares, para responder a las necesidades de una población desprovista de todo al acabar la guerra. Los campesinos llegaban con sus batatas, uno de los pocos artículos que no costaban caros, y fabricaban golosinas para alegría de los pasantes. Así nacía el paseo de los confiteros: "Ameya yokocho" se convertía en "Ameyoko".