Muy poco poblado, el causse Méjean se extiende al este en un vasto desierto, mientras que al oeste está surcado por profundos barrancos. Nos encontramos en el reino de la oveja y hay pocas posibilidades de no encontrarse cara a cara con algún rebaño. Con los caballos de Przewalski, las esculturas ruiniformes y los buitres planeando por nuestras cabezas, uno se siente que está dentro de una película del Lejano Oeste. Dos son, sin lugar a dudas, las estrellas del lugar: el sendero de las cornisas del causse y el excepcional aven Armand.