En Selime, los conos de toba bajan por el acantilado como si de una procesión de "nazarenos encapuchados" se tratara. El monasterio de Selime se asienta sobre lo más alto de este decorado surrealista, con la mirada puesta en el cielo. La paciente labor de los monjes comenzó en el s. VI, una obra de titanes que nos dejará boquiabiertos. Es un laberinto de escaleras, galerías, celdas y capillas que desemboca en un inmenso refectorio con arquerías ciegas y una iglesia con tres naves.