Alrededor de esta encantadora plaza renacentista, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, se congregan los principales monumentos de la ciudad, que fueron encargados por el papa Pío II a Bernardino Rossellino. El arquitecto concibió la plaza según el principio de que la armonía arquitectónica debía reflejar el equilibrio entre los poderes civiles y religiosos de la ciudad: de ahí que la catedral encuentre su contrapunto en el ayuntamiento y el palacio Piccolomini en el palacio episcopal.